Porfía feminista. Una práctica de la autonomía – 1 marzo 2022

Frente a la precariedad de las comunicaciones y de la información en los medios masivos y en la prensa acerca de la participación y los aportes de las trayectorias feministas en la convención, el proyecto Porfía feminista se propone darle un lugar en la escena publica chilena. A través de la organización de diálogos, debates, programas radiales que serán transmitidos en diversas plataformas digitales y visuales llegaremos allí donde aun no se habla de feminismos ni de autonomía feminista. Buscamos abrir diálogo con la multiplicidad de espacios sociales, descentrados y diversos para, incentivar preguntas, y curiosidades que nos unan intergeneracionalmente.

La comparecencia pública del feminismo en diversos espacios institucionales, en los poderes del Estado, en la Academia, en espacios autónomos, en múltiples organizaciones de mujeres en los territorios y en las manifestaciones políticas urbanas, configura, en la actualidad, una fuerza política amplia, plural y diversa, que se traduce en un poder social único en sus características, sus prácticas políticas y sus lenguajes.
Consolidada en la práctica política de la autonomía, la trayectoria feminista se sustenta filosóficamente en el deseo de libertad, que ha consolidado su actoría política como una presencia porfiada e insistente, frente a las injusticias de género con que la cultura patriarcal hegemoniza el pacto social.
Las luchas iniciadas a principios de siglo XX, en que el foco estuvo puesto en la obtención de derechos civiles y ciudadanos, se fueron haciendo más complejas, en la medida en que las mujeres ponían en escena discriminaciones que marcaban sus vidas con un destino no elegido por ellas. Las políticas patriarcales y las formas como las sociedades liberales avanzaron en no cuestionar la cultura machista que naturaliza discriminaciones, violencias y abusos inaceptables, tuvo por efecto potenciar y proponer, desde las mujeres, formas de organización distintas a los partidos políticos, en que se sustenta la democracia. Solo en organizaciones de mujeres se podría interrogar prácticas públicas y privadas naturalizadas. Tomar conciencia que esa naturalización es un factor de dominio masculino ha sido posible desde formas organizacionales rebeldes y resistentes a las ordenes patriarcales. Con el logro de los derechos de ciudadanía, las mujeres iniciaron la propuesta callejera, salieron del silencio de lo privado, inauguraron hablas, demandas y discursos propios.
La segunda ola feminista levantada en dictadura, en que la pérdida de los derechos ciudadanos y la supresión de las prácticas políticas, puso en lo público preguntas por el ejercicio de la ciudadanía y la democracia, dejó en evidencia la deuda de la modernidad con las mujeres: Las mujeres, insistentes en la necesidad de ejercer sus derechos fundamentales, se convirtieron en sujetos activas de palabras y acciones transformadoras de sus propias vidas. En un espacio público vigilado y reprimido, la cuestión feminista se desplazo de lo público a lo privado de la vida: preguntarse por la democracia entonces fue una interrogante llevada al interior de la casa y a las formas de convivencia, a mirar la institución de la familia como espacio de los cuerpos y sus poderes conculcados por el machismo imperante. Había que politizar lo personal, cuestionar el poder sobre el cuerpo de las mujeres y sobre todo hablarlo; nombrar el cuerpo desde la autonomía feminista. Nombrarse como sujeto, demandar derechos: sexuales y reproductivos, decidir la maternidad, levantando una lucha intransable por el derecho al aborto libre, seguro y gratuito. El movimiento feminista de entonces consolidado en una fuerza social poderosa de gran masividad se constituyó en un actor de gran potencia en el derrocamiento de la dictadura.
Democracia en el país y en la casa no fue entonces solo un slogan, sino un interrogante, un cuestionamiento inaugural, a un significante cerrado en la institucionalidad de la política formal, en un país donde la democracia había sido asolada por la represión y el autoritarismo. Recuperar la democracia, desde el mundo político no parecía tener otra referencia que la dirigida a la institucionalidad política, dejando intocadas las prácticas patriarcales que oprimen a las mujeres; su significación aún vigente abrió la mirada en transición, para encontrarnos con un cuerpo social enfermo de pérdidas, carencias y violencias invisibles. La Morada se funda en ese contexto de activismo y pensamiento que puso en la escena pública preguntas libertarias sobre: las formas de familia, la violencia contra las mujeres, la sexualidad, el lesbianismo, la emancipación de los poderes religiosos y sus prohibiciones; escribir la memoria fue desde entonces un imperativo. El cuerpo de las mujeres entra a la vida pública con un protagonismo inédito en la historia para proponer erradicar todas las formas de violencias patriarcales. Trabajo de mujeres que fortaleció la autonomía y la construcción de nuevos lenguajes, nuevas estéticas y nuevas prácticas políticas. El discurso feminista tiene entonces una emisión fuerte en Radio Tierra, primer proyecto feminista en el dial para toda la Región Metropolitana.
En mayo de 2018 se produjo el levantamiento estudiantil protagonizado por mujeres universitarias. Se le llamó tercera ola feminista. Esta vez lo que se pone en escena es, a nuestro juicio dos cuestiones fundamentales: una, la necesidad de leer el movimiento como continuidad de un recorrido que desde su emergencia, en los comienzos del siglo XX, no ha dejado de estar presente; incluso en sus momentos menos visibles las mujeres se han organizado, han producido textos y cultura feminista; han pensado estrategias para avanzar en su lucha por la libertad de elegir su destino y sus deseos, de hacerlo desde sus propias convicciones y autonomía, otra es la emergencia de la necesidad de visibilizar una corporalidad autogestionada, ajena a las normativas masculinas; constituirse en sujetos de su propio deseo, escenificar públicamente otra estética del cuerpo. Sin saberlo, las mujeres responden, a Virginia Woolf que en 1922 decía que pasarían aun muchos años antes que las mujeres nombraran su propio cuerpo. En el centro del debate está ahora el cuerpo: las denuncias de violencias, acosos y abusos, particularmente se denuncia la violación en la que se acusa la complicidad del Estado. Utilizando las calles de las ciudades decían lo que habían callado durante siglos y mostraban lo que habían estado obligadas a ocultar. El cuerpo empoderado, pone en entredicho la cultura patriarcal; la política institucional, la vida académica, las comunicaciones como espacios que deben ser transformados.
La autonomía feminista incorpora discursos, acciones y prácticas consistentes con luchas identitarias, interseccionales y políticas -locales y globales-, desarrolla micropolíticas transformadoras y necesarias para una nueva democracia: plural diversa y transgenerizada.
Tanto la práctica organizacional como las múltiples perspectivas, estrategias y causas que convergen en las necesidades de la actualidad, nos permite pluralizar los feminismos, para referir a la diversidad de demandas, posiciones y espacios de lucha que surgen de los anhelos y deseos enraizados en una continuidad no siempre lineal, pero si persistente en el sentido histórico de sus convicciones.
Nos atreveríamos a decir que el feminismo es autónomo, en la medida en que siempre ha construido un relato singular, propio, fuera de las hegemonías patriarcales y en sí mismo anti hegemónico. Si bien durante la dictadura la discusión de la autonomía se centró en la referencia a la lógica de las militancias partidistas, hoy debemos repensar la autonomía como una noción que se modifica de acuerdo a relaciones e interferencias con los contextos históricos en que se pone en práctica.
En la actualidad ser autónoma o construir autonomía, excede las relaciones con la política institucional y las lógicas partidistas, para interrogar formas y prácticas políticas en la multiplicidad de espacios que diversifican y a la vez hacen converger lo político, disperso en la fragmentariedad social en la que se construye la crítica al neoliberalismo: segmentos marcados por luchas identitarias, por nuevas sexualidades, en la lucha contra el cambio climático, la crisis hídrica, los problemas migratorios, la feminización de la pobreza, las demandas de los pueblos originarios: la autonomía feminista comparece aliada a la crítica a las hegemonías masculinas. La autonomía, en estos contextos se vuelve una posición estratégica, más que una declaración de principios, en la que nos situamos para perseverar en la historia y la complejidad del feminismo.
Posicionadas en la autonomía ejercemos el poder político de hacer alianzas estratégicas parciales (temporales, locales, temáticas) para avanzar en la pluralidad de espacios que exigen transformaciones a la cultura patriarcal y capitalista. En el hacer política actual podemos hablar de una autonomía relativa, en la medida que nos situamos en la complejidad social y cultural de necesidades que requieren apoyos, complicidades, recursos económicos, participación de actores diversos y plurales, que a su vez hablan desde otros lugares, otras historias y otras luchas. Estamos inscritas en un sistema social, político y cultural, en el que nos situamos críticamente, pero con voluntad de diálogo, lo que indica que no podemos concebir la autonomía en términos absolutos. La autonomía feminista es el horizonte utópico que nos permite avanzar hacia una sociedad en que las realidades de las mujeres sean índices del estado de la democracia. Vivida como una permanente tensión con un sistema político y cultural que busca capturar lo que excede a sus mecanismos de control, la autonomía es irrenunciable como posición política que surge de los recorridos propios y de las experiencias dolorosas con que la cultura política patriarcal ha intentado e intenta subordinarnos. La autonomía se sostiene en los deseos de libertad de conducir nuestro destino político; según nuestra perspectiva es un espacio deliberante entre mujeres, para comparecer públicamente, animadas (en anima y animus) de propuestas feministas transformadoras.
En el contexto actual en que el país, con un grado de participación democrática inédita, escribe una constitución en paridad de género, representación de pueblos originarios y de movimientos sociales diversos y regionales que hará posible desechar la constitución autoritaria producida en dictadura, se hace presente la necesidad de construir y hacer visible el transcurso feminista autónomo, en Chile. Históricamente las estrategias feministas han construido su recorrido en caminos propios, difíciles, inaudibles y resistidos por las prácticas masculinas dominantes, el feminismo ha puesto siempre el cuerpo,sin que su aporte sea legitimado en las grandes decisiones nacionales, ni menos en las estructuras de las políticas institucionales que han construido lo actual.
El estallido de octubre de 2019, produjo una visibilización y un protagonismo feminista, no visto anteriormente: marchas, discurso, bailes callejeros y performances, grafitis y consignas de gran potencia y fuerza social que junto a los resultados de las últimas elecciones de en que fueron elegidas ,como nunca, mujeres en cargos de alcaldesas, concejalas y diputadas nos exige abrir otras memorias y recoger legados diversos, de mujeres que nos precedieron.
Autonomía no es sólo independencia, es un posicionamiento político que surge de la idea que el pensamiento, el discurso y la acción política (el activismo) feminista es producido en espacios colectivos de mujeres en los que se han reunido para pensarse, pensar sus estrategias políticas y elaborar pensamiento crítico y cultural emanado de reflexiones, testimonios, experiencias, jornadas y encuentros -nacionales e internacionales-. Ha sido desde esos espacios, entre mujeres donde se ha visibilizado, “el malestar de las mujeres” (Verónica Matus, 2021), pero también se ha construido la potencia del movimiento, nombrando las violencias de género y sexuales, privadas y públicas, que en las democracias modernas han sido reconocidas como deudas con la igualdad y las libertades prometidas.
Desde su fundación, en la década de los 80 La Morada se ha definido como feminista autónoma, su trabajo de producción y activismo ha construido alianzas dirigidas principalmente a la necesidad de la articulación de movimiento y a espacios de mujeres. Su recorrido la sitúa en la sociedad civil con esa marca de identidad, posición que surge, de la “denuncia, contradicciones e interrogantes, que encaran las mujeres en su vida cotidiana, dice Verónica Matus. “En Chile, ni la supremacía del mercado, ni lo público restringido a lo estatal representado por políticas públicas, o por planes de igualdad de oportunidades, dan satisfacción política a las mujeres” tampoco destraba la hegemonía masculina.
La autonomía, de acuerdo a Verónica Matus, “recoge la diferencia entre sociedad, Estado y mercado y valora el rol de asociaciones y redes independientes del Estado, reclama la importancia estratégica del espacio público y de la opinión pública para la ampliación del discurso democrático a la vez que influye en la definición de las políticas”.
No hay una sola forma de practicar la autonomía, esta es tan plural como plural es hoy la diversidad en los modos de hacer feminismos. La autonomía se inscribe en una concepción radical de la discursividad y la práctica política, en este sentido tomamos distancia con la categoría de género, por su carácter técnico no transformador, sin desecharla como categoría de análisis crítico y cultural a las discursividades y estructuras simbólicas con que el sistema masculino dominante ha controlado, deseos, libertades y derechos de las mujeres.
La mayor definición de autonomía se da por la independencia de los partidos políticos, estructurados todos – no hay ni uno que no lo sea- por signos y símbolos patriarcales, sin embargo, los feminismos de hoy, vuelven a encontrar puntos de convergencia en esas lógicas y esas estructuras, con la presencia de una gran militancia de mujeres como también en diversos movimientos sociales u otros espacios, que se posicionan críticos al sistema capitalista y patriarcal.
El proyecto “Porfía Feminista” se propone construir un espacio de colaboración entre feministas, en generar aperturas a temas nuevos o aquellos invisibilizados en la centralidad de la política, pero que han sido trabajados en los territorios: abrir debates y diálogos entre compañeras que comparten posiciones, conocer cómo en el marco de la Convención Constitucional, experimentan -o no- tensiones que ponen en juego su posición feminista.
Como feministas diversas y plurales, estas discusiones movilizarán sin duda otras preguntas, otras reflexiones y palabras necesarias en relación a nuestras propias trayectorias, como mujeres autónomas, como integrantes de colectivos/as y como participantes en un movimiento autónomo amplio, plural y diverso.
Hablar desde la autonomía, es visibilizarla y fortalecerla, compartiendo las prácticas de los colectivos y sus modos de inserción en políticas locales y centrales, La discusión sobre territorio y nación, es sin duda uno de los aspectos más relevantes de los modos de hacer política feminista: los encuentros nacionales permiten evaluar el estado de nuestras comunicaciones y diálogos para planificar propuestas y modos de avanzar en la construcción de estrategias, en lo que concierne a cambios culturales y modos de convivencia democrática. En este sentido, nos anima la realización de una estrategia educativa en lo que significa formarnos como ciudadanas activas e informadas, deliberantes y capacitadas en la toma de decisiones políticas. Es desde la autonomía desde donde las mujeres hemos logrado trazar una trayectoria de visibilidad en que la paridad se ha hecho posible, 77 mujeres y 77 hombres forman la Convención constituyente, no todas son feministas autónomas; esta paridad única en el mundo en la redacción de una nueva constitución hace visible un protagonismo del que solo las mujeres hemos sido gestoras.
El dialogo es en este caso la estrategia principal que hará posible trazar legados abiertos hacia el futuro.

Febrero de 2022

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